lunes, 6 de marzo de 2023

Las ovejas no pierden el tren salvo que sea en Cantabria

Contaba Julio Anguita, allá por mediados de los 90, que más de dos décadas antes llegar de Cantabria a Galicia en tren le había costado unas 16 horas. Y lo contaba porque en aquel entonces, mediados los 90, seguía costando lo mismo y eso le desbarataba su estructurada cabeza.

Imaginen lo que pensaría ahora mismo, cuando en el momento de escribir estas líneas, una, que es organizaduca, consulta lo que tardaría en llegar a ponerse a los pies de la estatua de Santiago y, oh sorpresa, si cojo el tren que sale en un rato podría hacerle cosquillas al santo dentro de 14 horas y 28 minutos. Como para una prisa.

Y es que en Cantabria la cosa de los trenes tiene guasa.

Bien es verdad que el chiste definitivo (esperemos) ha sido el del tamaño de los trenes, los túneles y las gónadas de los responsables del desatino de no verificar las correspondientes medidas y asegurarse de que los vehículos quepan por los túneles. Así aparcarán las criaturas.

El choteo que se ha derivado de la ocurrencia  de los hipertróficos testiculares se ha oído más allá de Orión. De hecho, hay rumores de que los ‘globos chinos’ esos que no le gustan a Biden fueron enviados por los hijos de Mao a ver si se enteraban de qué eran esas risas. Que les gusta a ellos estar al tanto de todo.

Y aunque este despropósito ha sido el último, hasta ahora, y el más sonado, con diferencia, la cosa del tren en Cantabria nunca ha sido fácil ni cómoda. 

Viajar a la cercana Bilbao en ferrocarril es volver a la infancia. Bueno, ahora menos, pero no hace tantos años subirse al tren dirección Bilbao era revivir las películas de indios y vaqueros de las sobremesas de los sábados. De los sábados antes de que llegaran las películas alemanas compradas por kilos de la televisión pública y los telefilmes de horripilancias varias de las privadas.

Volvías a la infancia de un tirón. Te veías en un ferrocarril, cruzando llanuras y esperando (tampoco tenías mucho más que hacer) que saliera Jerónimo por cualquiera de las lomas que adornaban el paisaje. Y no era  culpa de los plumeros, que abundan, ni del plumaje de los urogallos, que escasean, era más bien que las ‘máquinas de hierro’ que te llevaban a Vizcaya tenían de hierro lo que yo de monja clarisa. Si hasta yo he visto bancos de madera en el interior. Y tan mayor no soy, hagan el favor.

Por no hablar del tiempo estimado de llegada. Justo dos minutos antes de la jubilación.

¿Y qué me dicen de la catenaria? Ay, la catenaria. Tan fina, tan ligera, tan congelable. Cuánto mal da la maldita catenaria.

Y la soterración. Y la integración ferroviaria. Y la losa...

Eso sí, que no se nos olvide reclamar el AVE a Cantabria ad nauseam.


(Publicado en Gente en Cantabria el 17 de febrero de 2023).

No hay comentarios:

Publicar un comentario