domingo, 19 de mayo de 2013

La última estación


No les descubro nada nuevo, queridos, al decirles que soy torpe.  Ya saben ustedes de mi dispersión mental y de mi escasa capacidad de análisis, pero les anuncio que me siento especialmente torpe en estos tiempos confusos de gentes confusas  que utilizan lenguajes confusos. 

Hubo un tiempo en el que solía entender a casi cualquiera siempre que utilizara un correcto castellano. A veces, ni siquiera eso era necesario, bastaba un pequeño esfuerzo y me ponía al día. Pero ahora no. Ahora me resulta casi imposible comprender nada de lo que leo y escucho. 

En un presente plagado de simulaciones de despidos en diferido, ¿ven? lo escribo pero no lo entiendo, la última explicación peregrina ha llegado de boca de la ministra Pastor que ha ‘aclarado’ que “no se cerrarán estaciones, pero el tren no parará en ellas”. Bueno, como adivinanza le veo futuro, pero como explicación me parece más bien confusa. Menos mal que la ministra acude en mi ayuda y me aclara que, si bien no se suprimirán estaciones de recorridos de media distancia, "en paradas donde hay uno o, a lo más, tres viajeros" el tren no se parará. Ahora ya me queda meridiano. Pero hubiera ayudado mucho que, de principio, Pastor hubiera dicho que salvo que nos sea rentable la línea, y ganemos con ella el dinerito que no somos capaces de recaudar a las grandes fortunas ni de conseguir que paguen los defraudadores, a los viajeros que les pueden ir dando por donde amargan los pepinos. 

Que no sé, a estas alturas, de qué me sorprendo. La alegre muchachada ya nos ha dejado claro que les importamos todos una higa. Bueno, todos no, que a veces soy exageradísima, solo los desempleados, los dependientes, los pensionistas, las mujeres, los estudiantes, los enfermos, los funcionarios, los investigadores, los periodistas (algunos, claro), los votantes… El resto sí. Para el resto trabajan denodadamente.

Que sí, que sí. Que lo ha dicho el otro día la presidenta de Nuevas Generaciones. Que ‘Fatiga’ Báñez es “un hada madrina para los jóvenes”. Y oigan, se ve que sigue sus pasos. Los de la ministra de Empleo, digo. La una confía en la Virgen del Rocío para que nos saque de esta encrucijada raruna en la que nos encontramos y la otra en un hada madrina. Lo normal.

Y todo así. Porque a estas alturas ya estamos afónicos de gritar que no queremos una reforma de la Educación en la que impongan su ley los obispos. Pues que si no quieres arroz, taza y media. Que nos vamos a tener que tragar el catecismo, la Virgen del Rocío, el hada alucinada y el sursum corda. Así no hay quien afronte la operación bikini, miren lo que les digo. Y luego que si los niños tienen sobrepeso. Pero ¿qué quieren? Con la de cosas que tienen que tragar. 

Lo único positivo es que nos hemos librado de comernos los rosarios. Ha decidido Gallardón que  están mejor en nuestros ovarios. Caprichoso que nos ha salido el chaval. Y terriblemente ahorrativo, porque, quieran que no, los rosarios van más baratos que las bolas chinas.

Que yo no sé de qué nos quejamos las feministas si todo lo hace por nuestro bien. Para que podamos ser mujeres completas, queramos o no, eso qué importa, además de que no nos arriesguemos a cometer un pecado abortando, ahí, a lo loco. Es lo que tenemos las débiles mentales, que nos tiene que tutelar un ministro salido de entre los mejores momentos del manual de la Sección Femenina. 

Con este paisa(na)je y mi cortedad de entendederas estoy pensando en irme a una de esas estaciones que no piensa cerrar la ministra Pastor y quedarme allí a ver pasar los trenes, con mi bolso de piel marrón y mis zapatitos de tacón, como una Penélope del Nano cualquiera.

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