sábado, 19 de mayo de 2012

Algo personal


A estas alturas del cuento creo yo que ya nos vamos conociendo y no les descubro nada nuevo, queridos amigos, si les confieso que tengo una mente obtusa. Que ya no sé si eso es bueno o malo, simplemente es un ‘esto es así’ de libro.

Lo que sí resulta es incómodo, desde aquí se lo digo. Porque no me queda nada bien la cara de pasmo. Y llevo casi un año sin apearme de esa expresión. Si es que no me miro al espejo porque me doy pena de llorar amargamente. Imagino que no tengo que decirles que en los últimos cinco meses se ha ido acentuando cosa mala. Se me está poniendo una cara de Ron Perlman en ‘El nombre de la rosa’ que no va a haber Corporación Dermoestética que pueda con ella. 

Y lo peor no es eso, lo peor es que me tengo que contener cada día para no tirarme a la calle, bidón de gasolina y cerilla en mano, al grito de ¡¡Penitenciagite!! a quemar Consejerías y Ministerios. Por joder, más que nada. Por joderles la juerga recortadora a la alegre muchachada. Ya que se han empeñado en acabar con todo y se les nota que disfrutan haciéndolo al paso alegre de la paz, sería una jugarreta hacerlo de forma rápida y procurando ahorrar sufrimientos a los damnificados. 

Dirán ustedes, queridos, y dirán con razón, que qué tendrá que ver mi mente obtusa con mi recién estrenado afán pirómano.  Pues que si no soy yo muy lista para entender la razón de que mis gobernantes hayan entrado en esta espiral de destrucción del Estado de Bienestar, por nuestro bien, eso sí, lo suyo sería que alguien me lo explicara. Pero resulta que, el día que se dignan a bajar del pedestal y dar alguna explicación, en vez de salir corriendo por la puerta de atrás, esta es tan peregrina que dan ganas de cogerla de la mano, como María del Monte. Eso cuando no es diretamente falsa.

Me explica mi presidente regional, un tal Ignacio Diego, que va a cerrar la residencia de mayores de La Pereda porque el edificio tiene “deficiencias estructurales” y no reúne los requisitos para prestar una correcta atención a los ancianos. Qué sensibilidad, qué capacidad de reacción (lleva diez meses de presidente, que quieran que no ya va siendo un tiempecito), qué sentido de la responsabilidad… Qué cara más dura. Porque resulta que pasados unos días también nos cuenta que en caso de no encontrarse uso público al edificio (pero, oiga, ¿no hemos quedado en que se está cayendo?) se pondrá a la venta. Y claro, yo ya me lié. No puede ser ¿no? que el presidente regional quiera hacer caja con la venta de un edificio situado en la mejor zona de Santander a costa del éxodo de 94 ancianos a los que, entiendo, bastante les habrá costado llegar a considerar dicha residencia su hogar. No, no puede ser. Lo he debido entender mal.
Como también, seguramente, formará parte de mi retorcida e incapaz mente la sospecha de que algo tendrá que ver el cierre con la construcción de una residencia privada al lado mismo de la que van a dar cerrojazo. ¿Ven como tener una mente obtusa es algo incomodísimo que puede llevar a la producción indiscriminada de ‘inshidiash’? Y yo con estos pelos que no hago vida de ellos.

Pero es que no acaba aquí la cosa. Resulta que pasan las horas y los días y el infame, con persona interpuesta, que dar la cara no es lo suyo, comunica a residentes y trabajadores que tienen diez días de plazo para desalojar y largarse, los unos, a otras residencias (que le vamos a tener que regalar al presidente regional un mapa para que sitúe Mortera y Puente Arce, que no están precisamente lo que se dice en los ‘alrededores de Santander’), y a la puñetera lista del desempleo, los otros.

Y tampoco acaba aquí la cosa. Que siguen pasando las horas y nosotros siguiendo, ávidos de información y lexatines, los dimes y diretes de La Pereda nos enteramos que, lejos de estar a punto de la ruina total, en dicho edificio se invirtieron casi cuatro millones de euros desde 2005, con la sana intención de adecuarlo a las exigencias de la recién aprobada, entonces, Ley de Dependencia. Pero, claro, entonces campaban por sus respetos otros presidentes, otros consejeros, rojos peligrosísimos que se empeñaron en jodernos el déficit público dando servicios a quienes más los necesitaban. Servicios que, ¡pásmense!, ¡oh anatema!, consideraban los muy delincuentes que eran derechos adquiridos en un país donde campaba por sus respetos un tal Estado de Bienestar que, por ejemplo y vuélvanse ustedes a pasmar, garantizaba la Educación y la Sanidad gratuitas, universales y de calidad. ¡Habrase visto!

Cuando, como dios manda y la iglesia recomienda, pudimos echar a estos perroflautas del Gobierno regional, aún quedaban pendientes de gasto  450.000 euros que estaban previstos para garantizar la correcta accesibilidad al centro. Sólo era cuestión de licitarlos, como así hizo el nuevo Gobierno regional, que el cielo confunda eternamente, para meses después anular la licitación y anunciar el desahucio y cierre del centro.

Y mi mente obtusa no puede evitar preguntarse si esta gente que nos dirige, que no gobierna, duerme por las noches. Si su conciencia está tan blanca como su encefalograma. Si no se despiertan sobresaltados soñando ser asaltados a bastonazos por todos y cada uno de los ancianos a los que están tratando como mercancía que se puede trasladar de almacén cuando uno lo considere oportuno porque bussines is bussines… Son tantas cosas las que me pregunto que tengo los rizos en permanente estado de alerta. Y sin previsión de volver a su sano ser.

Eso sí, lo único que me queda claro de esta y tantas otras macarradas (otro día les hablo de mi amigo The Opus Man) con las que nos amenizan los días, es que, como diría el maestro Serrat “entre estos tipos y yo hay algo personal”. Y tiene mala solución la cosa.

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