sábado, 31 de enero de 2015

Lola



Conocí a Lola una noche de verano en la primera edición de lo que fue la Feria de las Naciones. Esa noche la conocí, y con ella a su compañero Chema, en persona, porque a Lola ya la conocía. No podía ser de otra forma, si son los años 90 y militas en el PCE y en las Comisiones Obreras, te apasiona la información,  tienes cierta tendencia a la mitomanía y te cuentan de prácticamente primera mano su historia, pues tienes la sensación de conocerla de toda la vida.

Vida que para Lola no fue el proverbial camino de rosas precisamente. Dos amores le mataron, dos. Y a ella le dejaron un recuerdo inolvidable en el cuerpo y en el alma. Lola sobrevivió, junto a tres compañeros, al atentado al despacho laboralista de Atocha en el que vio morir a otros cuatro compañeros y a su marido, Javier Sahuquillo. Ocho años antes la policía franquista asesinó a su novio, Enrique Ruano y lo disfrazó de huída con final trágico. Tanta tragedia y tanto odio por oponerse a que el orden establecido a palos imperara en lo que fue este oscuro país durante décadas.

Aquella noche de verano  Lola me pareció un gigante, a pesar de su cuerpo menudo, de mirada amable y triste. Y es que tenía la fuerza y la determinación de un gigante. Solo así se puede comprender que no abandonara jamás la lucha por hacer del mundo un lugar más justo, mejor.

Esta mañana hemos recibido la noticia de su muerte. Lola nos ha dejado y con ella se ha marchado Chema, incapaz de seguir adelante sin ella. Seguramente mañana la noticia de su fallecimiento no será primera plana, aparecerá, si acaso, en un ‘suelto’ culpa de algún redactor con escuela y memoria. Pero para muchos de nosotros está y seguirá estando en la portada de nuestros recuerdos y afectos.

Lola, Chema, sin duda, la tierra os será más leve que lo que os fue la vida.

Rebelde sin causa



No me pregunten por qué, que lo mismo es cosa del agua, del aire, de la crisis o de que definitivamente los astros se confabulan y han colocado a todo el mundo a mi nivel de insania, pero la cosa es que anda la peña revolucionadísima y dándose, a lo loco, a reivindicar, lo que sea, como si no hubiera un mañana.

No seré yo quien se queje de que, por fin, a la multitud pasmada que nos acompaña en el devenir vital le dé por implicarse en los avatares ajenos, pero un poquito de criterio sí que sería de agradecer, también se lo digo. Que es que nos hemos vuelto todos locos, venga de reivindicar y reivindicar, y esto empieza a parecerse a un sindiós organizado por un esquizofrénico en jornada de puertas abiertas en el frenopático.

Y es que no pasa día en que aparezca algún nuevo bienintencionado que nos haga lubricar el lagrimal a la par que nos encoge el corazoncito con algún hecho digno de aparecer en portada de un cuento de Dickens. Y sí, todos ellos son tristísimos, todos son, o a veces más que ser parecen, denunciables. Por todos ellos a nosotros, personas sensibles (bueno, eso ustedes, yo solo lo logro aparentar los días impares ¿o son los pares? ni me acuerdo), se nos encoge el alma hasta pesar diez gramos y medio, o dicho de otro modo, la mitad de lo que según Duncan MacDougall pesa el alma. O sea, una birria.

Ni se me ocurriría pedir que nadie deje de protestar, pedir, reivindicar, exigir o solicitar educadamente, que cada uno elija la modalidad que más se adecúe a su carácter, lo que tenga a bien. Si a mí esto me parece sanísimo, aunque la mayor parte de las veces derive en decepcionante, pero sanísimo al fin y al cabo. Lo que sí me encantaría es que la peña no se entregara a causa alguna, por muy loable que sea, sin antes informarse convenientemente. Que el ser humano es de naturaleza tierna y solidaria, vale, que hay quien no, pero no me quiten la ilusión, coño, y se tira de cabeza y sin darle más de una vuelta a las múltiples caras del prisma de cualquier problema. Y cualquier día alguien se hace daño.

Y que yo esto se lo digo porque les aprecio, queridos. Que nos volvemos obtusos y nos tiramos en plancha a ver si hacemos diana en una buena causa y luego vienen los lloros y el rechinar de dientes. Que no siempre es tan buena la causa ni quienes están detrás de ella. Por si las moscas, yo les recomendaría que cuando se les cruce una ‘buena’ causa acudan a los clásicos: busquen, comparen y si encuentran algo mejor…


(Publicado en Gente en Cantabria el 30 de enero de 2015).

viernes, 23 de enero de 2015

Caminante, no hay camino



De hecho, hay dos. Caminos, digo. Ya. Que no saben de qué les estoy hablando. ¿Aún no se han acostumbrado a mi dispersión mental? Pues no sé a qué están esperando, queridos, que ya llevamos un tiempecito conociéndonos y lo de mi cabeza no tiene visos de ir a mejor en fechas próximas, ya se lo aviso.

Mientras acabo de trastornarme del todo les cuento la historia de los dos caminos. Como estoy segura que ustedes saben, por Cantabria pasa el Camino de Santiago. Sé que lo saben porque no nos cansamos de presumir de ello y cuando nos ponemos intensos somos más intensos que nadie. Formamos parte del llamado ‘Camino del Norte’, un alarde, sin duda, de la nunca suficientemente ponderada capacidad hispana para ponerle nombre a los bares, las rutas o las operaciones policiales.

Pues bien, resulta que esas gentes convulsas que nos (des)gobiernan han decidido que bien merecía el trayecto que recorre nuestra región ser considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pretensión que, en principio, es encomiable y sobre la que no habría más que decir si no fuera porque para ello han redactado un itinerario, sin contar con el consenso de las Asociaciones del Camino, cómo no, que varía el trayecto tradicional y que deja fuera del Camino de Santiago a la localidad de Güemes. Esto no tendría mayor repercusión que el orgullo dañado de los vecinos y la actualización de los datos en las múltiples referencias sobre el Camino de la Costa que se hicieran a partir de ahora si no se diera la circunstancia de que en dicha localidad está uno de los albergues de la ruta, La Cabaña del Abuelo Peuto, que mejor recoge el espíritu del peregrinaje a Santiago. Atendido por voluntarios, sin precio establecido por la acogida, el donativo que considere apropiado el peregrino es considerado lo adecuado, ha dado cobijo en sus 16 años de existencia como albergue a cerca de 50.000 viajeros.

Y al frente, Ernesto Bustio, sacerdote, viajero, ‘peregrino de la vida’, como él dice, hospitalario y trabajador incansable, como acredita su Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Ernesto, que ha conseguido convertir la casa familiar en refugio de peregrinos y en un proyecto social basado en la solidaridad. 

Ernesto, que se echó una mochila al hombro y se fue a recorrer mundo, “para conocer otras realidades” y volvió para contárnoslo. Ernesto, que junto a algunos otros sacerdotes, cómo no recordar aquí a Alberto Pico, nos congracian aunque sea por un ratito y hasta que rebuzna un pope, con la ‘santa madre’ Iglesia.
Llámenme loca, que pueden, pero si yo fuera el consejero de Cultura, Dios me libre, revisaría la intención. 


(Publicado en Gente de Cantabria el 23 de enero de 2015).

viernes, 16 de enero de 2015

Bajo el signo del terror



A estas alturas no creo que esté en discusión que la mayoría de los ciudadanos de este país se sienten descontentos, atemorizados, maltratados incluso. Por mucho que se nos cuente que el futuro nos traerá abundante maná, nos lo creemos solo cinco minutos al día, hasta que nos giramos hacia nuestra realidad y se nos va el optimismo a hacer puñetas. Que es ponerse una  a ver los informativos y la cabeza se le vuelve la de la niña de ‘El exorcista’, gira que te gira.

Una, que es optimista por parte de padre, estaba deseando que acabara el fatídico 2014 y confiaba en que el 2015 viniera acompañado de un cambio radical en modos y maneras, en resultados económicos, en reparto de riquezas y justicia social, yo qué sé, que cambiara algo para bien, aunque fuera la montura de las gafas de Mariano, que miren que es aburrido el hombre.

Pero no. No ha cambiado nada. Mariano sigue con su montura al aire; los cohetes que íbamos a lanzar en cuanto llegara la tan ansiada recuperación siguen durmiendo el sueño de los justos; la riqueza sigue repartiéndose entre quienes la amasan y quienes se la llevan a paraísos fiscales, y de la justicia social ni hablamos, ¿para qué?

Por si fuera poco, empezamos el año con una epidemia de violencia terrorista, localizada en Francia pero extensible al resto del orbe. Y si espeluznantes son los atentados en sí mismos, no lo son menos las reacciones del mundo ‘civilizado’ ante la barbarie. Del lema ‘Je suis Charlie’ con el que mostramos la solidaridad con las víctimas y el compromiso del portador con la libertad de expresión pasamos, sin solución de continuidad, a la matización interesada y a intentar ponerle puertas al campo, que es una cosa de lo más inoperante, además de despedir tufillo a delito medioambiental, aunque aquí ya tendrían que pronunciarse los técnicos, que yo soy ignoranta en estas lides.

También ha habido, y no en desiertos remotos ni en lejanas montañas, quien ha hecho un uso espurio del lema, tantas veces como negó Pedro a Cristo, pero ese es otro tema y tan triste que da la risa. 

Ha empezado el año bajo el signo del terror. No, no pretendo agobiar a nadie, me limito a hacer uso de nuestro amado y maltratado idioma. Si la primera acepción que nos da la RAE de la palabra es “miedo muy intenso”, vean que no exagero ni un ápice. Y si no me creen, giren hacia su realidad y la de su gente más cercana y aten en corto su optimismo que no va a haber clientes para el excedente de puñetas.


(Publicado en Gente en Cantabria el 16 de enero de 2015).

viernes, 9 de enero de 2015

Je suis Charlie



Les prometo por mi conciencia y honor que tenía pensado empezar el año con una magnolia llena de paz, amor y buenas intenciones, pero resulta que el miércoles dos fanáticos descerebrados, perdónenme la redundancia, se liaron el AK-47 al brazo y entraron a tiros en la sede del semanario satírico francés ‘Charlie Hebdo’ asesinando a 12 personas al grito de “¡vamos a vengar al profeta!”.

En la larga historia de la humanidad miles, millones, son los crímenes cometidos en nombre de la religión, de cualquier religión, y todos ellos igual de execrables.  El fanatismo es lo que tiene. En este, además, se añade el componente del atentado directo a la libertad de expresión. La libertad de creencia está protegida por cualquier constitución que se precie de ser tal y no debemos olvidar que dicha libertad incluye la no creencia en ninguna deidad. Igualmente protegida está la libertad de expresión, que garantiza, sobre el papel, no ser perseguido por tener y expresar cualquier idea siempre que esa expresión no incluya la comisión de un delito. 

‘Charlie Hebdo’ publicó hace ocho años unas viñetas ridiculizando la figura de Mahoma y esta semana esto le ha costado la vida a 12 personas. Salman Rushdie trató con supuesta irreverencia al profeta en sus ‘Versos Satánicos’ en 1988 y se lanzó una fatwa instando a su ejecución. Se puso precio a su cabeza y el fanatismo acabó con la vida de 37 personas en el incendio de un hotel en Turquía durante una protesta contra el traductor de la obra al turco y el traductor al japonés fue asesinado en Tokio. 

Estos son solo dos casos, pero les hay a patadas. Ni siquiera en este país nuestro, que puede presumir de reírse hasta de su sombra, la sátira, la provocación y la crítica llegan a entenderse como muestra de inteligencia y salud democrática. Recuerden el periplo de Javier Krahe por los juzgados por la emisión de un vídeo en el que el cantante aparecía ‘cocinando’ un cristo. O las manifestaciones ante los cines en los que se proyectaba el film ‘La última tentación de Cristo’, de Scorsese.

Desde el miércoles, el mundo entero tiene la boca llena de libertad de expresión, pero sería deseable que recordáramos que los derechos son para todos igual, que las creencias no son necesariamente fanatismos y que no solo con crímenes como el de París se atenta contra las libertades. 

Hoy todos somos Charlie. Veremos a ver lo que dura.


(Publicado en Gente en Cantabria el 9 de enero de 2015).