viernes, 27 de junio de 2014

Cronicas marcianas

No saben ustedes lo que estoy aprendiendo estos días acerca de los extraterrestres en general y de los marcianos en particular. Agotada estoy de tanta ‘antropología’.

¿Se acuerdan de Marvin? Pues ha decidido quedarse a pasar unos días en la Tierra, de vacaciones culturales, dice él. De frenopático de posguerra tiene la cabeza, pienso yo, pero me he empeñado en demostrar que los humanos cántabros somos unos anfitriones maravillosos y por mis rizos que lo consigo. El pobre no entiende que esto suponga un reto ya que me cuenta que tiene visto en una agencia de viajes interestelares que hay al lado de su casa que España es un sitio ideal para vacacionar, con sol, playas, paella, tortilla de patata y gentes amables y risueñas vestidas, eso sí, con ropa poco propia para desarrollar cosa alguna útil en la vida, tanto volante y tanto fleco. De nada ha servido intentar explicarle que la guitarra y las castañuelas no son armas de desintegración, salvo auditiva. El pobre está empeñado en que una civilización como dios manda o va armada o no es civilización. Qué yankee me ha salido el ‘jodío’.

Visto el despiste que trae consigo, me pongo manos a la obra en la tarea de desasnarle. Como me cuenta que los marcianos vienen con extras de serie y uno de ellos es la capacidad de leer en cualquier idioma conocido le he hecho socio de la biblioteca y, oigan, está encantado. Que qué pintorescos somos los humanos, dice. En serio les digo que me enternece, criatura.

Pero la felicidad, que tiene como características sine qua non ser incompleta y no durar demasiado en la casa del pobre, se ha desvanecido en un visto y no visto. A la que se despistó el personal bibliotecario superviviente de la razzia gubernamental, Marvin se hizo con un ejemplar de la Constitución de 1978 y no vean cómo me tiene la cabeza. Lleva una semana con la cantinela de que, además de pintorescos, los humanos, y sobre todo los españoles, somos unos absurdos de muchísimo cuidado. Conste que no puedo por menos que darle la razón, aunque no se lo digo para que no se venga arriba, que cualquiera le aguanta.

Pensarán ustedes, leidísimos amigos, que vaya lentitud tiene el marciano leyendo si lleva una semana con 49 puñeteras páginas. Error. Lleva una semana con ocho frases. Concretamente las que corresponden al preámbulo. Ya le he dicho, a este paso, cuando vuelvas a Marte los alemanes ya habrán descubierto qué hacer con vuestra nociva atmósfera y te encuentras aquello colonizado como una Mallorca cualquiera. Pero ni caso. Para marciano es muy cabezón.

Fíjense si es terco que por más que le explico que eso que está leyendo no es una obra de ciencia ficción él sigue erre que erre. Que no puede ser la “Ley fundamental de un Estado que define el régimen básico de los derechos y libertades de los ciudadanos y los poderes e instituciones de la organización política”, dice, que le entra la risa. Absurdos, que sois unos absurdos.

Y ahí le tengo, trabado en el momento de “garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo”. Y veo que de ahí no pasa. Es leer esas 20 palabras, volver la mirada al periódico del día y estallar en un festival de carcajadas que me tienen en un ¡ay! continuo pensando que le va a dar algo chungo.

En verdad les digo que temo por la vida de Marvin. Se ha empeñado en que, si algún día acaba con la Constitución, lo siguiente que va a leer son los diarios de sesiones del Parlamento de Cantabria, para entender mejor la sociedad en la que ha ido a aterrizar, según él.

Y luego los absurdos somos nosotros.


(Publicado en Gente en Cantabria el 27 de junio de 2014).

viernes, 20 de junio de 2014

Mars Attacks!



Llevo un tiempo fijándome en que se está imponiendo un novedoso, a la par que desconcertante, género periodístico que a la que nos descuidemos  nos va a llevar a provocar una guerra interestelar de agárrate y no te menees. Me refiero a esa manía que le ha entrado a todo quisque de financiar un viaje al planeta Tierra al primer extraterrestre despistado que se deje cazar y analizarle mientras el mi pobre flipa enormemente con los usos y costumbres humanos. Que ya son ganas de amargarle la vida a un extraterrestre cualquiera que seguramente tendrá familia que le añore y cosas mejores que hacer en su galaxia que vernos a los seres humanos tropezar una y otra vez, en bucle continuo y sin fin, con la misma piedra, que bonita la estamos dejando.

La cosa es que es un método muy socorrido para mostrar estupefacción sin que se note mucho, a la vez que un ejercicio imaginativo que no se lo salta un ‘pasiegu’, ‘palancu’ en mano.

Yo, para empezar, al extraterrestre ese siempre me lo imagino igualito a Marvin, el marciano de los Looney Tunes de la Warner Bros., que esto le quita mucho hierro al asunto. Y como los rizos no me dan para más, lo veo aterrizando en lo alto de Peña Cabarga para empezar su misión de conquista en esta nuestra pequeña ‘aldea gala’, Goscinny, Uderzo y ustedes me perdonarán la tontería.

¿Se imaginan la cara de pasmo del pobre Marvin a la que enfile caminito de la Smart City? Porque ya de imaginarme que nos visita un extraterrestre me lo imagino de inteligencia superior y proveniente de una civilización más avanzada que la nuestra, claro. Que para imaginármelo de otra manera me ahorro el ejercicio y exijo se pavimenten las calles con espejos.

Metida de hoz y coz en el guión, le veo llegando hoy, día de la madre de todas las proclamaciones, y se me enternece el corazón. Pobrecito, le recomendaría una parada en la primera farmacia para recoger un aprovisionamiento de lexatines. A ver quién es el guapo que le explica que el jefe de los humanos que se encuentre por su camino y de muchos más que andan desperdigados por una cosa que damos en llamar ‘piel de toro’ lo es por mandato divino, que no tiene nada que ver con que sea más bonito que un San Luis, no, sino que proviene de Dios. Para un marciano como Marvin eso es una pila de conceptos de difícil explicación. Y eso que nos hemos guardado muy mucho de decirle que ‘la piel de toro’ en cuestión se reclama como estado aconfesional, que tampoco es plan de volverle loco nada más aterrizar.

Además, Marvin ha tenido la mala suerte de ir a caer de bruces en este país el día siguiente de que se produjera el acontecimiento más dramático en la historia de España en los últimos seis años, a juzgar por los lamentos del personal ciudadano: ¡España eliminada en la primera fase del Mundial de Futbol! Llanto y crujir de dientes a la vuelta de cada esquina.

¿Y se extrañan ustedes, queridos míos, que el pobre Marvin se esté tragando los lexatines como si no hubiera mañana? Para un extraterrestre resulta desconcertante que a los humanos nos entristezca más esto que el que haya niños que no puedan comer decentemente, gente que pierda su casa, su trabajo y sus derechos de un día para otro sin encontrar solución ni protección que le ampare, o que los responsables de todo este desaguisado se muestren, además, orgullosísimos de haberse conocido.

Yo les pediría, amigos míos, que tengan paciencia si se encuentran a Marvin un día de estos. Trátenle con cariño. Al fin y al cabo, él no entiende de futbol, de dioses ni de reyes. Él es un marciano normal.

Vale, lo del escobón en la cabeza no ayuda, pero estamos nosotros guapos como para ir señalando las extravagancias ajenas ¿no creen?


(Publicado en Gente en Cantabria el 20 de junio de 2014).

viernes, 13 de junio de 2014

¿Tiempos modernos?



Me pillan hoy sin apenas tiempo, queridos. Saludar y poco más, que está una liadísima poniendo al día el guardarropa, que entre el cambio de temporada y la de eventos a los que hay que asistir convenientemente ataviada, no sabe una qué ponerse para que no le saquen coplas.

A mí, como a todos, me pilló la abdicación real totalmente a contrapié y sin tener previsto modelazo alguno para la ocasión y no estoy dispuesta a que vuelva a suceder. Bien es cierto que abdicar un lunes debería estar prohibido por Ley orgánica o así. Un lunes es más bien para empezar un régimen, de los alimentarios, coño. O para apuntarse a un gimnasio y no volver jamás. Los lunes y los días de Año Nuevo son para los buenos propósitos ¿o se creen ustedes que los Consejos de Ministros son los viernes por casualidad? Son ustedes enternecedores. Sigan así.

A mí, que soy tirando a pija por parte de ciudad, me tienen loca esta temporada eligiendo uniformes para tal cantidad de saraos. Entre las inauguraciones, los conciertos, las votaciones en el Congreso, las proclamaciones reales, los advenimientos de protocandidatos y escribir esta columna se me va el tiempo en escaparates. Y no les digo nada como a alguien le dé por abrir comedores de caridad este verano. Claro que no veo yo mucho afán en esto. No sea que se visibilice demasiado la pobreza y nos hagan burlas desde Bucarest. También me quedo tranquila porque he decidido que para mentarle el origen a más de uno y más de dos no necesito ataviarme de blanca mantilla, con el vaquero que llevo puesto ya me viene bien.

Y luego está el tema de los obsequios. Que en un concierto o en una votación uno está exento, pero ¿con qué cara te presentas a una proclamación sin un detalle que demuestre la alegría y el alboroto que te causa? En los advenimientos lo tengo más claro, ya ven. He pensado en regalarle a cada uno una camisa de cristianar y que se las apañen. De paso, lo mismo decido mi voto de militanta: el que demuestre más sentido del humor. Con lo cual, casi estoy por jurar, si no estuviera feo, que ya lo tengo decidido por descarte.

Pero ¿qué se regala a un rey el día que le proclaman rey? ¿Y a una reina el día que a Peñafiel le da el jamacuco definitivo? A mí es que las monedas y demás chorradas conmemorativas me parecen una horterada supina y de difícil acoplamiento en una casa moderna y de cuidado diseño como imagino que tienen sus majestades. Había pensado en un ejemplar de cuidada edición de la Constitución, como recuerdo más bien, pero me da miedo que le encuentren segundas intenciones y está el patio para pocas bromas. Así que aquí me tienen, en un sin vivir tal que estoy por poner una excusa creíble y no presentarme ante el televisor. 

Pero descuiden, a la cita con esta columna me presentaré. Para esto tengo poco problema. Con ponerme un chaleco antibalas mono lo tengo hecho.  Que está la cosa de opinar en la prensa escrita poniéndose al nivel de las calles de Camden. La ciudad de New Jersey, no el barrio de Londres. Que por menos del pelo de un chorizo te recuerdan que haber trabajado para un partido político te inhabilita como junta letras con criterio, te acusan de mentir (que tiene guasa la cosa) y no te mentan la inferioridad intelectual por no plagiar a Cañete.


(Publicado en Gente en Cantabria el 13 de junio de 2014).

jueves, 12 de junio de 2014

El hacedor de milagros



Me van a perdonar queridos míos que hoy el tono desenfadado y de guasa que tienen estas Magnolias no sea tal, no está el horno para bollos. Hoy este reducto de chirigota anda alicaído y de luto porque nos hemos quedado huérfanos.

Se nos ha ido Alberto. Se nos ha ido como se van los grandes, en silencio, sin darnos la oportunidad de agradecerle todo lo que nos dio. Es más, estoy segura de que si existe el cielo en el que él creía estará allá riéndose a carcajada limpia de lo exagerados que somos para nuestras cosas los santanderinos y llamándonos de todo por perder el tiempo en su marcha y no en las cosas importantes de la vida.

Sé que llego tarde porque ya han sido cientos las personas que desde que se conoció la noticia de su fallecimiento han llorado, escrito y hablado sobre Alberto mucho mejor de lo que puedo hacerlo yo. Pero si algo se puede agradecer al oficio de escribir es la oportunidad de contar acerca de las cosas importantes de la vida y que no importe. Y se ha ido Alberto y esto es algo que trasciende las urgencias cotidianas. Porque Alberto durante sus 82 años cambió con sus actos la vida de miles de personas. Hizo de su pasar por este mundo empeño en ayudar a todo aquel que se le acercara con un problema y, créanme, fueron multitud.

Si el Cristo en el que creía y la Virgen del Carmen a la que adoraba existen le habrán recibido contentos aunque un poco temerosos. Conociéndole, me van a permitir la irreverencia, a mí me pasaría. Porque seguro que ya se ha puesto, mano a mano con el padre Llanos, a organizar aquello, a dar la lata para que quien corresponda se ponga manos a la obra y atienda a los pobres de la tierra, que para eso solo hace falta voluntad, y a exigir que se dejen de pamplinas y recibimientos, que hay muchas cosas por hacer y la eternidad no va a ser tiempo suficiente para atender a tantos olvidados, que no estáis a lo que celebráis.

Alberto y el padre Llanos… tan curas y tan rojos; tan humildes y honestos; tan obreros y tan tozudos, que no descarten, queridos, que desde hace unos días el paraíso estará patas arriba,  los coros celestiales habrán abandonado los ensayos y los santos llevarán remangadas las túnicas para no tropezar entre tanta actividad. Miren, hasta me estoy imaginando a Marcelino organizando cuadrillas y horarios. Si es que teníais esto manga por hombro…

Alberto era marino y cura, cubano y cántabro, párroco y hacedor de milagros. De sus manos salieron dineros que no tenía y que dieron respiro a muchas madres de familia cuando no había otra cosa que dar de comer a los suyos que bocadillos de nordeste; de su tenacidad, la cesión de los terrenos para dotar al Barrio Pesquero de un instituto en el que poder educar a la chavalería con “menos lecciones de carretilla y más humanidad”; de su corazón la adhesión inquebrantable a su gente, que era toda aquella que se acercaba a saludarle; de sus ojos, esa mirada de frente, algo escorada a la izquierda, con la que veía el mundo; de su boca, las verdades del barquero, las historias ejemplares, los susurros de consuelo, las palabras de ánimo, las lecciones de vida.

Has levado anclas Alberto y nos has dejado huérfanos. Hasta los norays están de luto. Que la tierra, donde tenías bien anclados los píes, te sea leve, amigo.

(Publicado en Gente en Cantabria el 6 de junio de 2014).

Los placeres ocultos



Haciendo el recorrido habitual por las páginas de la prensa diaria me topo de bruces con una historia de las que me ponen los pelos como escarpias que diría el maestro Aberasturi.  Es una historia común, nada que no supiéramos de otras gentes, aunque haya quien pretenda ocultarlo o enmascararlo tras un halo de vicio, de enfermedad, de despiste de la naturaleza que debió girar a la derecha en Alburquerque pero se fió del GPS y ahí la tienen, generando desviados.

Leo, como lo habrán hecho ustedes, que otra cosa no pero leídos son un rato, que Robert de Niro (en pie aquí, hagan el favor) habla en un documental, ‘Remembering the Artist Robert de Niro Sr.' acerca de la figura de su padre, pintor expresionista, y de su homosexualidad. Y leo que al genial actor la realización de este documental le ha llevado dos décadas culminar el proyecto que sintió que “tenía que hacer” para dejar a sus hijos “un legado sobre la figura de su abuelo”.

Y pensarán ustedes que qué bien, ¿verdad? Que historia tan bonita y tan tierna y tan de ser nominada para un Oscar y ganarlo. Puede ser, no les digo yo que no sea todas esas cosas. Pero también es triste, devastadora, injusta, fea como solo la mediocridad humana puede ser fea. Y lo es por muchas razones. Lo es, en primer lugar, por ocurrir. Porque millones de personas en el mundo tengan que esconder sus afectos, amores o simples apetencias sexuales a la caspa inquisidora de los biempensantes. Y se vea en la necesidad de hacerlo perjudicando a otras personas, haciéndose pasar por lo que no son, viviendo una vida que seguramente detestan, engañando, mintiendo. No todas las personas ni todos los tiempos son iguales y el ser humano tiende a la supervivencia más que a la heroicidad. Ser un héroe, un referente, está sobrevalorado.

Pero hay otra razón para que esta historia sea triste y es que, mientras una estrella indiscutible como De Niro seguramente sea alabado por su valentía al realizar este documental y miles de miles de personas llegarán a soltar una lagrimilla por lo injusta y puta que es la vida, millones de personas seguirán siendo discriminadas por su orientación sexual, seguirán siendo vistas como enfermos, (se empeñe la Organización Mundial de la Salud en contradecirles o no, que menudos somos en esta casa, oiga, me va a decir usted a mí cuando puedo considerar a alguien enfermo o tomarme una copa de vino), o como desviaciones de la naturaleza, que es muy puñetera y seguro que solo lo hace para joder.

Mientras la lagrimilla traidora va haciendo su recorrido, libre como el sol cuando amanece, seguirán los biempensantes negando la mayor, haciéndose un lío con las peras y las manzanas, y poniendo toda su carne en el asador (¡ay, literalidad! qué momentos nos das de evasión) para hacer de las vidas de los homosexuales una carrera de obstáculos estúpidos y malvados e inspiraciones de guiones lacrimógenos, de esos que emocionan mucho pero conciencian más bien nada.

Bien por mr. De Niro y por todos aquellos que dan sentido a su fama visibilizando problemas reales de gente real, pero recuerden antes de soltar la tan traída y llevada lagrimilla que hay millones de personas en el mundo que agradecerían su implicación mucho más que unas cifras en taquilla. 

(Publicado en Gente en Cantabria el 30 de mayo de 2014).

Mujercitas



Hace ya un tiempo que decía Gallardón, que es un señor que nació póstumo pero que lo disimuló hasta hace bien poco, que las mujeres no somos mujeres completas hasta que somos madres. O sea, que mientras tanto somos mujercitas. Pues qué ilusión, oigan, que a mí la familia March me cayó siempre megabien.

Y dice Gallardón, que será póstumo pero de mucho decir, que las embarazadas que quieran seguir siendo mujercitas pues que se lo hubieran pensado antes, que él, que es quien tiene mando en plaza, ha decidido que este berenjenal que lió Zapatero no puede ser y que qué es eso de que las mujeres puedan decidir sobre su sexualidad y su propio cuerpo. 

Y debe ser que tiene razón, porque el señor ese tirando a orondo que teníamos previsto mandar de comisario europeo los únicos actos electorales que se le conocen es declararse superior intelectualmente a una mujer, su ‘contrincanta’ política, perdonarle la vida y expeler saliva vía comisura labial. Claro que parece que será la única capacidad que le adorna que vamos a conocer, aparte de la de jugar a la ruleta rusa a base de ingerir yogures caducados y darse duchas frías. El resto de capacidades ni están ni se las espera.

Como ya saben ustedes que yo aquí vengo a que me resuelvan mis dudas existenciales y a echar el rato, a ver si son capaces de ayudarme con la siguiente: ¿qué narices (esto del papel tiene la desventaja de que puede ser horario infantil en cualquier momento, aunque les advierto que más allá del quinto párrafo se me olvida) le hemos hecho las mujeres a estos señores tan tiesos del Partido Popular? Es que me da la impresión, llámenme exagerada, de que tiene que haber sido algo muy gordo porque no es normal la dedicación que le echan a jodernos la vida porque sí. (Ni al quinto he llegado. Párrafo, quiero decir).

Si me llaman exagerada, no se preocupen que no lo tomaré a mal. Porque tienen ustedes razón, lo soy. En realidad, no es que nos quieran joder la vida a todas las mujeres. No, hombre, no. Lo cierto es que solo nos la quieren joder a las que no comulgamos con ruedas de molino; a las que nos negamos a admitir que sobre nuestros cuerpos pueda decidir cualquiera, por muy ministro del Gobierno o de Dios que sea; a las que procuramos pensar por nosotras mismas (o en compañía de otros) y les plantamos cara, salimos a la calle a protestar, trabajamos, estudiamos, compartimos espacios de igualdad con otras mujeres ¡e incluso con hombres!, reivindicamos el mismo sueldo que nuestros compañeros si realizamos igual trabajo que ellos ¡habrase visto tamaño atrevimiento!... En definitiva, a las que nos hemos creído que somos ciudadanas iguales y con los mismos derechos que los hombres que nos rodean. Panda de rojas hemos salido, chicas, discúlpenme que se lo diga.

Al resto de mujeres no. Al resto de mujeres no tienen ninguna intención de joderles la vida. De hecho, a ellas les facilitarán, si es necesario, realizar visitas turísticas a cualquier país donde abortar sea legal previo pago de su importe. A ellas les será concedido el derecho de aparcamiento en cualquier universidad mientras encuentran algo mejor que hacer. Ellas no tendrán que salir a la calle a no ser que sea por decisión propia y no impelidas por el soplagaitas de turno contra el que es necesario rebelarse, y a trote cochinero no sea que les arrebaten el último Jimmy Miu. 

Como no tendrán que trabajar toda su puta vida para llegar a tener una pensión decente con la que ayudar a sus hijos y nietos, que ellas sí tendrán, que para eso el altísimo (no, no hablo del alcalde de Santander, hoy no toca) las puso en este mundo cruel, no deberán perder el tiempo en tontunas ni codearse con hombres que consideren que salir a la calle con un jarrón chino del brazo es una cosa harto incómoda.

¿Qué quieren que les diga? No sé de qué nos extrañamos los seres humanos, los jarrones chinos tienden a no extrañarse de nada, cuando vemos a las señoras del PP cerrar filas en torno a esa piara de machitos que les dictan lo que tienen que pensar, poniendo si hace falta las excusas más peregrinas. Si es una cosa comodísima. Para ellas, claro.

Acabo de decidir que pese a mi tendencia natural al dolce far niente me niego en redondo, aunque me maree, a hacerles el juego a esta gente. Ni a los unos ni a las otras. 

Y como gracias a mujeres que nos precedieron y a los hombres que las acompañaban y tenían sus neuronas para algo más que para diferenciarles de las bestias y no cagarse durante los desfiles, de momento seguimos teniendo derecho al voto, iré a votar para echar a esta gentuza de allí donde puedan tener un ápice de poder de decisión. Y les recomiendo que hagan lo mismo. Eso sí, fíjense bien a quién, no sea que nos tengamos que ver lamentándonos de lo que hemos hecho a la vuelta de una hoja del calendario.

Esperen, me da la sensación de que eso ya lo hemos vivido.

(Publicado en Gente en Cantabria el 23 de mayo de 2014).